lunes, 4 de mayo de 2015

Los ojos de mi madre









Mi madre no me quiso parir
y me parió.
Bajó un río, arrastrada por la corriente,
y en el último segundo
se agarró a la rama del por qué no.

No tuvo ganas de mirarme,
siendo una bebé mona, pequeñita,
pero graciosa.
Estuvo todo un año fabricando vestidos
rosas con grandes lazos azules,
y cayó en la cuenta de que tenía sueño,
y se durmió.


Mi madre supo que alimentarme
era criar cuervos que le sacarían los ojos.
Tenía adoración por sus ojos;
por eso se los arrancó ella misma 
y los guardó 
para que nadie pudiéramos arrebatárselos.
Iba por la vida ciega,
pero nadie lo notaba;
caminaba sin titubear y te miraba
con sus cuencas vacías llenas de arena...
Tenía los ojos preciosos, con una belleza
que te hipnotizaba:
geniales para matarte con ellos
si te atrevías a desobedecerla.

Nunca pudo usar sus verdaderos ojos.

Y entonces un día,
yo, ya de mayor, me miré al espejo y 
y pude ver los auténticos ojos de mi madre,
los genuinos. No recuerdo dónde ni en qué momento
se los robé. Puede que fuera su 
deseo que yo los llevara puestos siempre.
Quizá yo me quedara con ellos
para hacerla sufrir, apoderándome
de su tesoro.

Todos los años que me vió con ellos
jamás me los pidió de vuelta. 
Hacía como si nada. 



Sueño con los ojos de mi madre, 
grandes, redondos, como lunas.

Yo crecí creyendo que los ojos de mi madre
eran los suyos.
Y todavía hoy sigo teniendo miedo 
de que me pille
con sus ojos puestos...



Teo
4 mayo 2015

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