miércoles, 9 de diciembre de 2015





El cambio es el reloj del tiempo.

Para que todo permanezca todo debe cambiar.

Segundos que se encadenan y pasan
para volver.

Vienen los días después de las noches.
¿O son las noches posteriores?
Y mueren estas y traen de nuevo
los días nuevos
iguales que los antiguos que no dejan de moverse:
una y otra vez en una rueda invisible 
que nos enroca y nos vuelve efímeros y eternos.

Casi nada.


Transmutación de la belleza
y de todo cuanto tiene vida muriendo.
Un color verde da paso al marrón y después ceniza
gris.

Brotan los esquejes pequeños, diminutos,
van empujando la tierra,
saliendo a flote en ese mar de la creación.
Transformación y madurez durante estaciones
alternantes, implacables. Estricto ejército
con órdenes bien aprendidas, fiel cumplidor
de su mandato. Siempre dedicado a esa causa.
Sin fallo.

Y de la tierra mojada
ese olor
tan puro
que te hace 
respirar
un cambio
que se aproxima
y que tú deseas
en lo más hondo
de tu desesperación
cambiar
como la única salvación
posible.

Un trueque dentro de lo inmutable.
Justo canje:
cambiar para que todo siga igual.




Teo
8 diciembre 2015


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